Resumen curricular

Resumen Curricular

Perdí valioso tiempo de escritura en un research del origen de la frase “nadie resiste un archivo”. Fallé. Quién lo haya dicho por primera vez se encuentra, por ahora, en el olvido colectivo aunque no deja de ser una versión moderna y en jerga periodística de “uno es dueño de su silencio y esclavo de sus palabras”. La frase se le atribuye a Aristóteles, así que tampoco estamos seguros de su veracidad unos veinticuatro siglos después. Así y todo es más confiable que una recomendación de inversión un viernes a la noche.

Sin embargo, en una dinámica que ya no tiene forma de ser analizada positivamente, siempre aumenta la velocidad con la que una idea puede quedar anulada por algo que se dijo en el pasado. En términos políticos, ese archivo puede resumirse en meses, semanas o, incluso, minutos. Si al archivo le sumamos la sentencia “no conozcas a tus ídolos”, el combo resulta potente. Más cuando, como yo, se tiene la tendencia a encandilarse fácilmente. Me he comportado idílicamente con leyendas y también lo he hecho con personas a quienes percibía por encima de la media. Eso lleva a que, si tuviera que hacerlo, yo tampoco resistiera mi archivo. Pero como yo no estoy a cargo de toma de decisiones trascendentales, a nadie importa si hoy levanto banderas contrarias a las que sostuve en algún momento de mi vida.

Tengo una teoría corroborada por un amplio estudio de dos o tres personas. En esa idea sin sustento, uno cambia de representación política por diversos motivos que pueden nuclearse en dos. Puede pasar que las ideas de un espacio político ya no se encuentren en el accionar de nadie que diga representar ese partido; puede pasar que uno encontró otro sistema de ideas que lo representan mejor. Arribar a este punto puede ocurrir por algún hecho que casi siempre es traumático, porque uno creyó en algo que ahora siente ajeno y debe dejar ir.

En casa no se respiraba política. ¿Escuchaba hablar de acciones del gobierno? Sí, claro. Pero no se hablaba de política como identificación con un espacio ni mucho menos. Tardé muchos años en descubrir que mis abuelos sí hablaban de política. Y mucho.

A principios de siglo me acerqué al peronismo. Pero como el Justicialismo es una marca genérica que engloba a cualquiera que diga pertenecer, vale especificar: en el peronismo sindical no cegetista. Para ser exactos, pululaba alrededor de “las 62”. No orgánicamente, pero andaba por ahí. Algunas veces tuve la oportunidad de tomar unos mates con Oraldo Britos. Y todos saben que el mate me hace mal. Se hacía querer. Sobre todo cuando una viuda de un desaparecido de la última dictadura, ex militante del ERP, me contó que ése señor, baluarte de la ortodoxia peronista anticomunista, fue el primer diputado que le abrió la puerta del despacho para escuchar la propuesta que luego se convirtió en ley: la figura de desaparición forzosa como causal de muerte. O sea: que se pudieran iniciar sucesiones de desaparecidos.

Es obvio que había cosas que no me cerraban, sobre todo cuando uno agota los primeros libros y comienza a profundizar. Pero mi antikirchnerismo era más fuerte que cualquier otra cosa y trataba de no ver que determinadas reivindicaciones de algunas facciones intelectuales no comulgaban con mi esquema de valores. En un acto de inconmensurable idiotez creía que las cosas debían cambiarse desde adentro y que no hay que permitir que una idea se convierta en un colectivo que te deja en la Casa Rosada. En ese sentido, consideraba que el kirchnerismo no era parte del Justicialismo, sino una anomalía que había cooptado el sello partidario para infestar el movimiento de arribistas de izquierda, sobrevivientes camaleónicos de la Alianza y Varelavarelitas.

El paso de los años llevó a que mi peronismo fuera una cuestión romántica más que realista, un lugar de referencia como quien se llama católico sin, siquiera, saber persignarse. Si miro hacia atrás, es más que probable que nunca haya formado parte de ningún aspecto, que sólo me haya sentido identificado con algo nostálgico que recordaba a seres queridos que ya no estaban. Pero el sentir antikirchnerista era más amplio y ahí estábamos, en las mismas mesas de morfi, radicales, peronistas old school, apolíticos adinerados, middle class de cualquier edad. Todos con algo enfrente que nos amalgamaba.

Oraldo tenía la costumbre de agotar anécdotas, apreciaciones personales polémicamente graciosas que arruinaban mantras históricos y la recomendación de algún que otro libro. Las veces que tuve la oportunidad de volver a verlo debí presentarme de nuevo y nada lo hacía más rápido que agradecerle la lectura recomendada. Me preguntaba qué opinión tenía del texto y solía decorar el cierre de la opinión con una nueva anécdota. No creo que me recordara, pero qué maravilla de improvisación social.

El fallecimiento de Néstor Kirchner detonó todo. El Justicialismo kirchnerista aprovechó la oleada y usaron al difunto hasta agotarlo. De hecho, fue cuando nació el kirchnerismo tal y como lo conocemos hoy. Es más: pasaron de una desaprobación brutal y de ser derrotados por De Narváez –¡De Narváez!– en 2009, al aplastante 54% en única vuelta de Cristina dos años después. Necrofílicos buenistas, la imagen positiva de Néstor Kirchner escaló al 78% tras su muerte, un número envidiable para cualquier difunto.

El otro Justicialismo quedó tan en bolas como puede estarlo un espacio que basaba toda su narrativa en ser lo contrario a alguien que acababa de abandonar la existencia. Y yo ya estaba tan en otra que veía con gracia al cheto de look empobrecido que daba clases de conciencia social desde la vereda de algún bar de moda. Y se me hizo insoportable que hubiera peronistas por todos lados como falta de criterio político de los partidos, de la carencia total de cultura democrática de los que se dedican a la política y de que, al menos en la Argentina, las ideas son camisetas con eslóganes vacíos que nadie puede profundizar.

Yo no tenía forma de recordar que en las elecciones porteñas del año 2000, en la lista encabezada por Domingo Cavallo y Gustavo Béliz, teníamos de candidatos a legisladores a Diego Santilli, Jorge Argüello, Marta Oyhanarte, Alberto Fernández, Vitobello, Pimpi Colombo y Víctor Santa María. Pero sí lo estudié después, cuando veía que las opciones más fuertes contra el kirchnerismo también provenían del justicialismo. O sea: para sacar al peronismo había que votar al peronismo. Explicarlo a alguien de afuera es muy difícil.

Nunca lo oculté ni me avergüenza. Es lo que fui y en lo que creí. O lo que creí que creía en su momento, qué se yo. Tampoco es que promocioné una estafa online.

Desde un principio no encontré relación entre la propuesta y la posibilidad de resultados, independientemente de los nombres. Descreí en “esto no es el verdadero peronismo”. Lo que podría resumir como “soluciones de la primera mitad del siglo XX para problemas del siglo XXI elaboradas por personas nacidas en el XIX”, tenía un sustento: la sociedad económica mundial ya no era de producción, sino de consumo. Imposible satisfacer los deseos de todos los que vemos las mismas publicidades y queremos las mismas cosas sin los mismos recursos. Y yo siempre con mis mismos problemas: conocer la doctrina de fondo. Había leído y estudiado cuanto texto y libro había redactado JDP. Con sólo leer uno ya superaba con creces a la conducción, pero eso es un problema para cualquier pertenencia política.

Antes, las distintas clases sociales podían cruzarse en el Servicio Militar Obligatorio, si es que les tocaba en suerte. El shopping ha sido mucho más democrático como espacio de encuentro entre los que desean y los que cumplen sus deseos. El crédito ayuda a que la balanza se equilibre, pero la era del consumo necesita más. Yo soy de esta era consumista, siempre siento que algo me falta cuando tengo mucho, muchísimo más de lo que mi abuelo pudo tener. Y no es que él no tuviera los medios, que eso ni se discutía: no hacía falta tener lo que todavía no existía.

Ofrecer nacionalismo patriótico industrialista y, a la vez, pretender una distribución de la riqueza sonaba tan ridículo que cuesta creer que alguien comprara ese verso. ¿Cuál es tu marca de zapatillas favoritas? ¿Dónde están sus oficinas y dónde está su industria? ¿Cuál de los dos países es más próspero? ¿Cuántas zapatillas tenés? ¿Cuántas necesitás? ¿Hace falta tanta ropa? Todo se resumía en la foto básica y elemental de la pilcha y los celulares que utilizaba cualquier militantes promedio, desde la Presidencia hasta el bartender.

Cuando surgió el concepto de obsolescencia programada todos nos sentimos estafados. ¿Con qué cara, si nosotros mismos declaramos obsoleto algo cuando salió una versión más bonita y la otra pasó de moda? Pero esta es la sociedad actual y en esta es en la que queremos progresar. Hace un siglo la inmensa mayoría de los seres humanos nacía y moría sin haber salido de la ciudad en la que vivió. Hace medio siglo, con suerte, era raro encontrar a alguien que hubiera conocido algo más que uno o dos lugares turísticos de la Argentina. Hoy queremos conocer el mundo antes de los 30. Y eso no es compatible con formar una familia. Cualquier propuesta basada en un modelo tradicional de Dios, Patria y Familia se cae a pedazos con los índices de natalidad. Es el mundo del disfrute en el consumo, no del disfrute en el placer familiar del hombre que alimenta los engranajes de la producción industrial.

Hace menos de medio siglo, una familia tipo no requería de más cosas que una tele y una radio. El resto de la guita podía ir, tranquilamente, a financiar un crédito hipotecario eterno, un auto o las vacaciones familiares de un mes. Hoy, dos adultos con dos pibes son cuatro celulares, cuatro computadoras, cuatro televisores, pagar cable, pagar internet, acondicionadores de aire, ropa que pasa de moda en quince minutos y gastos en esparcimiento que sobrepasan por lejos los valores que tenían cuando yo era tan solo un adolescente.

Fue en terapia donde no me quedó otra que reconocer que mi peronismo era una cuestión romántica de no dejar ir a mis abuelos. Y eso que ni ellos seguían siendo peronistas al irse de gira.

Me preguntaba por qué la inmensa mayoría de los que se autopercibían peronistas despreciaba mi forma de ver las cosas y por qué todo mi entorno era, también, antiperonista. Mi evidente disforia ideológica se profundizó cuando comencé a frecuentar espacios liberales por distintas razones, como una juntada en un bar o mi laburo. Lejos de renegar, ese camino me llevó a aprender que de verdad no hay peor fanático que el converso, que así como es capaz de entregar a la madre para ser aceptado, es capaz de mucho más por un resultado menor. Curiosamente, el hecho de no sentirme un converso ayudó a darme cuenta de lo anterior, eso de que nunca había sido demasiado peronista o algo así, si es que es posible. Después de todo: ¿se puede creer en el algo que ya no existe?

Creo que Perfil fue el único medio nacional que entrevistó personalmente a los candidatos del Partido Liberal Libertario para las elecciones de 2013. Sé que se hizo esa entrevista porque la realicé yo. Tantas ganas tenía de que les vaya bien a las que considero voces racionales que también gestioné que la empresa habilitara blogs a fundaciones liberales y consultoras económicas. Gratis. Una cosa llevó a la otra y, cuando me quise dar cuenta, moderaba algunos paneles para fundaciones. Gratis, que no fui hecho para ganar guita.

Cuando me preguntaban “qué onda si vos eras peroncho” contestaba “estudié” para joder y salir del paso. También había estudiado cuando creía en la comunidad organizada como forma de administración y ese era mi problema: saber de qué hablaba cuando me puteaba con los kirchneristas, como cuando se deja hablar a un fan de Jauretche hasta que critica a Roca y se le pregunta por Ejército y Nación, el ensayo en el que Jauretche abraza al General de la Conquista del Desierto. Todos somos selectivos, el tema es que no todos negamos las contradicciones. ¿Eran conscientes de lo que leían o les resbalaba?

Una noche de otoño, en un hotel del interior, un viejo liberal que había llegado de la fundación que dirigía en Estados Unidos para dar una charla me invitó un tecito de medianoche; de esos que vienen con dos hielos. Me preguntó si yo había abandonado el nacionalismo católico antiperonista o peronista. Me quedé en un silencio que él rompió al decir que él provenía del nacionalismo católico antiperonista y se hizo liberal con los años. Más sorprendido quedé cuando me dijo que era más fácil pasar de la socialdemocracia al liberalismo que hacerlo desde el nacionalismo católico por una sencilla razón: los beneficios del capitalismo son fáciles de adquirir en cuanto te llegan, mientras que los dogmas religiosos y anti universalistas presentes en una ideología, no se encuentran en otra.

Una opinión –cuestionable– pero que me obligó a repensar muchas cosas. Hacía años que ya no me definía el peronismo; ni lo mencionaba. Puede ser que el hecho de tener que trabajar a diario lleve al pragmatismo total: parar la olla quita tiempo para estar 110% metido en cada cosa que pasa en el país. No entender con qué se come un rug pull tampoco ayuda, aunque nos preserva de quemar los ahorros que no tenemos. También estaba el tema de las identificaciones. O sea: si toda expresión de idea con la que podía llegar a sentirme identificado, si toda persona que me generaba una simpatía ideológica se encontraba fuera del peronismo, ya no había etiqueta que pudiera valerme.

Pasamos buena parte de nuestras vidas en la búsqueda de lugares de pertenencia. Algunos lo consiguen en la religión, otros en los clubes y así. La simpatía política no tiene por qué ser distinta. Somos seres gregarios y es obvio que vamos a querer sentir que no estamos solitos, aunque eso lleve a determinadas concesiones. Hay personas que terminan por dejar a su familia o alejarse de sus amigos por no pensar como ellos en cosas que, en la mayoría de los casos, ni ellos mismos tienen bien en claro.

Sin embargo, en algún momento los lugares tienden a expulsar al que no se adapta. La vida te lleva a tomar determinadas decisiones y las experiencias modifican las perspectivas que tenemos de todo lo que nos rodea. Si eso te lleva a no sentirte cómodo con algunos aspectos de las ideas que sentías que te representaban, serás expulsado. No es que alguien venga y te diga “andate”, sino que se pierde el espacio en el que uno se sentía cómodo en el mismísimo momento en que se prefiere callar para no desagradar y eso ya no hace gracia.

Cuando los lugares de pertenencia de ideas comienzan a llenarse de personas que se acercan con frases vacías que justifican su simpatía por los colores de una camiseta, cuando ya nadie puede preguntar qué significa un eslogan sin ser mirado con odio, cuando la decisión de qué tenés que pensar, cómo hacerlo y cuándo hacerlo depende de la voluntad de un grupo minúsculo de personas, y cuando algo de todo eso te incomoda, ese lugar ya te expulsó. Solo es cuestión de tiempo para avivarse.

Un buen eslogan siempre podrá más que una definición teórica. Es mercadeo duro, puro y elemental. ¿Qué vale más: saber que un desodorante que promete una protección de 72 horas es una promesa de buen aroma o explicar las bondades de los ingredientes químicos que lo componen? Son 72 horas ¿a quién le importa? Hasta que alguien pregunta quién carajo pasa tres días sin bañarse sin participar de Supervivencia al Desnudo y tiene el poder adquisitivo para comprar desodorantes.

“La Patria es el otro” es un eslogan que tiene potencia, aunque carece de todo sentido en su misma enunciación. A primera vista falta un indicativo más específico, tipo la Patria es trabajar por el otro, o el amor al otro, o la aceptación del otro, o los impuestos del otro. Algo. Peor resulta “el amor vence al odio” porque no hay nada más subjetivo que definir qué cosas ama alguien y qué cosas le generan odio. Así es que veíamos a tipos absolutamente violentos física y psicológicamente que hablaban de amor frente al odio. Preguntar qué es amor y qué es odio es un ridículo, si ya había una respuesta: lo que se decida que es.

Yes, we can; No pasarán, Labour isn´t working, Estamos mal pero vamos bien, la propuesta de un sueño, la fuerza del cambio. Cualquier eslogan resume demasiado y tiene más potencia que la explicación de qué se hará, cómo se hará y en qué consiste alguna de esas palabras. Cuál sería la interpretación a tener. “Cambio” tiene diez acepciones en el diccionario que todavía rige nuestro idioma como puede. “Libertad”, por su lado, lleva doce acepciones y veinte utilizaciones compuestas de diferentes significados.

¿Qué significaría, entonces, “las ideas de la Libertad”? Se le preguntó a un tipo cercano al Presidente en una entrevista televisiva en relación a la llegada de Daniel Scioli. “Si el ahora cree en las ideas de la Libertad, es bienvenido”.  El declarante fue el expulsado, Scioli sigue ahí. En cada acto proselitista, la hermana del Presidente habla de sumar a todas las personas que crean “en las ideas de la Libertad”. ¿Cuál de todas las ideas? Hay miles de pensadores que contribuyeron al liberalismo a lo largo de la historia con miles de libros redactados y sus cientos de miles de formas de abordar la vida. ¿Hay que leer todo eso para entrar al partido? ¿Dónde queda la libertad del individuo si aparecen otras frases basadas en doctrinas religiosas?

De pronto leo tipos que han leído mucho más que yo y que saben que no pueden hacerse los boludos. Pero les sale perfecto. Son peores que los que no leyeron ni una biografía resumida de Smith. Aunque no tanto como recomendar una inversión más turbia que un jacuzzi en el Riachuelo.

Existe un enemigo en común enarbolado tanto por el peronismo y como por el mileísmo. Y no, no es el comunismo. El enemigo es el liberalismo clásico. Con esto no minimizo a las expresiones de izquierda como blanco, sino que es más fácil pintar de rojo carmesí a las flores del jardín y a todo lo que se cruce; meter en la misma bolsa al administrador de la fotocopiadora de un centro de estudiantes y a un autor laureado por incontables instituciones liberales. Todo depende de qué tan crítico sea.

Jesús Huerta de Soto es, por lejos, el académico liberal vivo con más credenciales en el que se referencia el Presidente. Cada vez que el profesor español felicita a Milei por algo, el mandatario es capaz hasta de sacarse la campera y comenzar a agitarla en el aire, aunque el clima tenga unos invernales 39 grados de sensación térmica. Don Jesús está a favor de la despenalización total del tráfico de cualquier sustancia estupefaciente. Tambien de la eutanasia. Y del aborto. Y de un listado eterno que haría comenzar a persignarse a más de uno en Casa Rosada. Huerta de Soto ha sido mucho más atrevido contra cualquier valor del Gobierno que aquel opositor que se les ocurra mencionar dentro de las filas del liberalismo. Y todo esto me lleva a una pregunta que, lamentablemente, ya me he hecho hace mucho tiempo: ¿leen todo de las personas a las que admiran o les resbala?

Vuelvo a lo del eslogan porque estos tienen la mala costumbre de pasar de moda. El archivo demuestra que el Presidente sabe de qué habla cuando menciona a las ideas de la Libertad. No ha leído lo que le convenía y sabe cuáles son las ideas en materia social de sus máximos ídolos. Su actual reposo sobre el respaldo de las ideas conservadoras y su acercamiento a todo líder conservador occidental que exista, no es una contradicción con su pasado: es una metamorfosis comprensible en cualquier ser humano. No está ni bien ni mal, es lo que es. En todo caso el problema es del resto que tiene que adaptarse o salir eyectado por motivos cada vez más infantiles. Contundente mensaje para los próximos conversos de fuertes opiniones: ni la sumisión más absoluta alcanza. Rotundo mensaje, también, para el nivel de institucionalidad: qué podemos esperar de aquel que es capaz de aceptar este nivel de paranoia constante. Pero también está el tema de las identificaciones. O sea: si toda expresión de idea con la que el presi podía llegar a sentirse identificado, si toda persona que le genera una simpatía ideológica se encuentra fuera del liberalismo… Bueno, eso.

No es que espere algo digno de cualquier persona que acepte ser ministro, que es difícil de creer que lo hacen por amor a la Patria, salvo que así le llamen a la autoestima. Pero, convengamos, por un momento estaría bueno probar qué pasa si tenemos funcionarios que se abocan a sus funciones sin miedo a ser despedidos y humillados por tener el tupé de hablar con la prensa o por tomarse el atrevimiento de caer bien en las encuestas de imagen positiva.

Igual les va a ir bien. Leí por ahí que hasta tuvimos una criptomoneda pujante. Los tiempos son tan veloces que cuando la fui a buscar ya no existía. No creo que sea muy legal que un mandatario promocione algo así, pero como no estudié para presidente, puede que exagere. Y por eso le irá bien: porque el agua ya no lo moja y el fuego no lo quema. No hay con qué darle.

P.D: Nadie hizo tanto por unir a la mayoría del Senado. Lijo merece el Nobel de la Paz.

P.D.II: Mi CV ampliado es un embole.

Nicolás Lucca

 

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4 respuestas

  1. Creo que el origen de la frase «nadie resiste un archivo» viene de programas como TVR, que se especializaban en buscar las contradicciones de las figuras públicas.

  2. Nico: excelente reflexión que refleja nuestras vísceras, nuestros sentimientos, nuestras emociones y nuestro ADN.
    Ojalá lo leyera (y que haga el esfuerzo de comprender el texto) nuestro benemérito auto proclamado futuro Premio Nobel de «Economía».

    ¿Seguís en radio Rivadavia?
    Saludos!!!

  3. No hay nada más viejo que el diario de ayer, sin embargo, deberían mantenerse a flote noticias como las de «la cripto», y hasta donde pone en evidencia la volatilidad honorable de quienes administran un país y su «ministerio de propaganda».
    Lástima.

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