Inicio » Relato del presente » Un año para el Guinness
Qin Shi Huang vivió menos de 40 años. Sin embargo, le sobró para llevar adelante una de las épicas políticas más grandes de la humanidad: es el hombre que unificó China geográfica y políticamente, reguló la moneda y la lengua. Constructor de canales, iniciador de la Gran Muralla China, desarrollador de rutas, puertos y edificios públicos como nunca se habían visto. Tuvo algún que otro detallecito en su vida, como mandar a matar a intelectuales y estudiantes, además de promover la censura, la quema de libros y ampliar el aparato burocrático, pero no se lo vamos a echar en cara. ¿Quién no se tentó, alguna vez, con acallar al que jode? Pragmatismo.
Qin es una de las personas más importantes de la historia. Pero el hombre estaba tan preocupado por conservar el Poder para sí mismo que nunca escribió un testamento. No es ridículo plantearlo, si cuando tenía 13 años ordenó la construcción de su Mausoleo. El país por el que tanto hizo entró en el caos ni bien palmó. Debe agradecer su lugar en los libros a Sima Qian, el hombre que escribió la cronología de su reinado dentro y fuera de la Corte.
Por eso quedaron registros de sus purgas, persecuciones, ejecuciones y censura, además de los actos de gobierno. Su otra fortuna es que encontraron su tumba: 8 mil guerreros de terracota en tamaño real, cientos de estatuas de generales, caballos, carruajes y una representación de todo su palacio. Ah, y burócratas, obviamente. Qin no quería ser olvidado. Y sin embargo, nada de su majestuosidad impidió que, hasta 1974, no supiéramos de él más que por un libro mucho más antiguo que la Biblia.
¿Qué sucederá dentro de las cabezas de los políticos que piensan más en el busto para la posteridad que en ganárselo? Conozco a una veintena de personas que pueden mencionar, sin leer, todos los presidentes que tuvo la Argentina. Solo dos pueden hacerlo en orden cronológico. Ninguno puede mencionar todos los gabinetes de ministros. Ni hablar de legisladores, gobernadores y el largo etcétera de la historia. Todos, tarde o temprano, caerán en el olvido. Y si el cargo fue gigante, tardará un poco más. Muchos saben quién fue Aristóteles. ¿Quién recuerda a Amintas? Era el rey de Macedonia cuando nació el filósofo. Tuve que googlearlo. Y sí, fue una persona demasiado grande en su época, principalmente por reinar en el país más importante de Occidente.
Pensá en los que se sienten merecedores de laureles por haber posado el ocote en un sillón estatal por unos años. Imaginate creerse eterno, deidad, semidios adorable y perpetuo en la memoria de una humanidad que no recuerda lo que pasó ayer.
Si hay algo que nos ha dejado este 2022 es la consumación máxima de la intrascendencia absoluta del Gobierno con un Presidente cuyo único mérito para un busto es que ya tiene la cara de piedra. Nada, absolutamente nada de lo que hagan o dejen de hacer genera una reacción en casi nadie. Los pocos que reaccionan lo hacen –hacemos, de vez en cuándo– porque estamos sobreinformados. Pero incluso dentro del universo de informados, hay una inmensa mayoría que ya no se calienta.
No me gusta hablar de “mayoría silenciosa”, un término que baila entre lo poético y lo lúgubre. Damos por sentado que todos los que nos leemos por estos lares estamos en la misma fiesta y que solo nos dividimos por simpatías o apatías políticas. Sin embargo, Twitter, la red de discusión por excelencia, cuenta en la Argentina con 5 millones de cuentas activas. De ese número gigante, un número ínfimo conversa de política.
Es un error suponer que los millones que no conocemos no se interesan en lo que pasa. Por ejemplo: el 38% de los argentinos está más preocupado por la inflación que por cualquier otra cosa, el 42% está preocupado por el futuro y el 87% cree que fue un error que Cristina eligiera a Alberto. No hay grieta sobre el resultado, al menos.
El 71% de los argentinos tiene una imagen negativa de la gestión de la salud a lo largo de estos tres años. Sí, la bandera de Alberto. Y es el mejor número que tienen para mostrar: solo el 6% ve positivamente la gestión en seguridad y un magro 12% está conforme con la gestión educativa. ¿Economía? El 96% no tiene una imagen positiva. Shame on you, Sergio Tomás. Shame on you y en todos los que se hacen los boludos y te presentan como presidenciable.
A principios de este año inolvidable, hablábamos del impuesto a los que tenían “grandes fortunas”. El piso imponible se fijó en 300 millones de pesos. Hoy, esa gran fortuna equivale a 850 mil dólares. Nunca en la vida veré todos esos verdes juntos, pero convengamos que cuatro departamentos no te convierten en Rockefeller.
En diciembre pasado, una familia compuesta por ambos padres y tres chicos necesitó de 120.133 pesos mensuales para pertenecer a la clase media. Básicamente, una familia con ambos adultos que cobraban el salario mínimo, era pobre. Trabajan para ser pobres. Pero con la dignidad del trabajo, che.
Hoy esa familia necesita de un mínimo de 230 mil pesos mensuales –según el Indec– para ser clase media. Pero si los dos adultos tienen la suerte de trabajar, suman 114.800 pesos. Para dimensionarlo: un salario mínimo supera por cinco mil pesos la línea de la indigencia y está a 172 mil de poder mantener el estrato medio de de una familia. ¿Se entiende la brutalidad?
Congelaron todos los precios de los factores de producción y transporte y, así y todo, no consiguieron frenar el aumento de la pobreza. Hoy tenemos una inflación galopante y todos los servicios atrasados.
Se va el 2022 con Martín Guzmán y Batakis. Finaliza el año en el que tuvimos dos anuncios históricos tan, pero tan poca cosa que nadie recordó ni al día siguiente. Máximo Kirchner anunció que dejaba la presidencia del bloque y no lo recuerda ni él. Cristina Fernández dijo que no será candidata y fueron más noticia los seis goles que se comió Suiza que los seis años de prisión que se comió la Vice. Ahora dice que no dijo lo que dijo y puede que usted se entere recién por estas líneas.
Se va el año en que se prendió fuego medio país y yo jodí con que “a Cabandié solo le falta que se le incendie el hielo”. Bueno, en un giro poético, se incendió Tierra del Fuego. Termina el año en que el oficialismo puteó a Santiago Maratea por comprar autobombas para combatir los incendios forestales; el año del puñetazo de Alfredo Casero contra el periodismo; el año en que vimos a Alberto con sonrisa cringe al lado de Vlad El Invasor, en una visita en la que lo invitó a que la Argentina sea la puerta de entrada de Rusia en América Latina. Tan solo unos días después Putin demostró que no es de golpear puertas cuando decidió que Ucrania merece ser arrasada.
Termina la vuelta al sol en la que, nuevamente, nos hicimos los boludos con temas como Venezuela, Cuba, Nicaragua, Rusia, China o Perú. Bah, ojalá nos hubiéramos puesto en boludos: apoyamos a varios y nos negamos a condenar al resto.
2022 comenzó con Alberto y su propuesta de llevar el número de miembros de la Corte a un ministro por cada dos habitantes y terminó con el Presidente y una emisión de bonos del Estanciero para pagarle a la Ciudad de Buenos Aires todo el dinero que le sacó para que Kicillof y Berni pudieran pagar los sueldos de miseria de la Policía Bonaerense.
Se nos va el año en que gobernadores que se dedican a administrar la plata que le sacan a Buenos Aires y Neuquén aluden al debate entre Unitarismo y Federalismo, algo muy novedoso que podrán encontrar en la tapa de los principales medios de 1826. En mi whore vida pisé Formosa, pero sé que aporto un poquito a ese 92% de su presupesto financiado por todos. No conozco las calles de La Rioja pero me siento un poco parte de ese 75% de asalariados que trabajan en el Estado gracias a tener el 90% del presupuesto pagado por una jubilada de Villa Soldati que fue a comprar un camisolín.
Le decimos chau al año en que Cristina se convirtió en lideresa de la oposición a su gobierno y demostró que es brillante como una papa, el año en que unos sindicalistas le regalaron una lapicera al Presidente delante de todos los medios, el año en que se recortó el presupuesto en proporciones nunca vistas sin que nadie pida la renuncia de nadie ni aparezcan videos de intelectualoides y actores con carteles que digan “Pará la mano”.
Se va, no más, el año en que comprobamos que los funcionarios no entienden cómo funcionan los servicios de mensajería. Y también se va el año en que, a los rituales de cada viernes, sumamos un aumento en los combustibles y un quilombo del gobierno para cagarnos el finde. Fue el año en que el Presidente deseó que el fiscal acusador de Cristina “no se suicide como Nisman”, el año en que no pudieron hacer bien siquiera un censo, el año en que continuó la salida de jóvenes talentosos y cansados, el año del feriado “para meditar sobre el atentado contra la Vicepresidenta”, el año en que la cancillería confundió la bandera de Suiza con la de Dinamarca, el año en que el Presidente se enojó con un participante de Gran Hermano.
Pero es lo maravilloso de la Argentina: que todo termine por chuparnos un huevo. Es un mecanismo de supervivencia divino en el que no importa la tragedia que ocurra, no importa lo mal que se encuentre la situación general: llega un punto en el que todo, absolutamente todo nos chupa un huevo.
Y el año finaliza con la comprobación cabal de que no pueden ser felices. Lo intentaron todo. Tuvieron el poder total y no fueron felices. Amasaron más dinero del que un ser humano puede gastar así alimente una locomotora a carbón de dólares y no son felices. Esa insatisfacción permanente, esa falta de disfrute por absolutamente cualquier cosa genera personas agretas, viejos vinagres. Y ya sabemos cómo son estas clases de personas: no comen ni dejan comer.
En un país en el que el 58% afirma que se iría a vivir al extranjero, de pronto hubo un tsunami celeste y blanco que inundó las calles de cada provincia. Esa mayoría real que solo celebraba fue demasiado para el Gobierno de Terracota. Sin ellos, la nada. El tema es que con ellos, también tenemos la nada. El milagro navideño de los intrascendentes es llamar la atención a las patadas. ¿Cuánto les duró la alegría mundialista? 24 horas y a armar quilombo de nuevo.
Termina el año en que Alberto no tuvo drama en demostrar cada día que su ideología tiene la firmeza de una gelatina mal cuajada. Varios lo sabían, pero merece un premio por esas ganas de gritar a los cuatro vientos cosas en las que nunca creyó. Y todo para que, en una o dos generaciones, la gente del futuro se pregunte por qué hay un busto de Roberto Galán en la Casa Rosada.
Termina un año en el que nos prometieron una inflación total del 33%. Se va un año en el que tuvimos 9.900 piquetes en 246 días hábiles y rompimos otro récord con un promedio de 40 cortes por día. Dejamos atrás el año en el que no quedó ni el loro en un acto oficialista. Se va el año en el que Cristina y su poderío callejero quedó a la altura del cordón de una vereda en una calle peatonal.(*)
Finaliza el año en el que demostraron tenerle pánico al olvido, al inevitable olvido. Se acaba el año en el que quedó demostrado, de una vez por todas, que no todo es militancia, carisma, épica y discurso para los amigos. Los únicos soldados que quedaron, serán enterrados en el olvido junto a sus líderes y quedarán allí hasta que alguien, de vez en cuando, se le ocurra contar la historia de cómo es que terminaron así.
Aunque no creo que junten ocho mil muñecos.
Felicidades. Disfruten que viene año electoral. Se los quiere mucho.
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¿Qué son los cafecitos? Aquí lo explico.
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(*)Sí, renunció Donda. Pero ni daba para el anuario.
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(Sí, se leen y se contestan since 2008)