Inicio » Relato del presente » Vagos divagues
Dinamarca cerró aún más su política migratoria. No sólo pone cada vez más condiciones a quienes quieran ingresar al país, sino que cargó contra los que ingresan con visas de estudio y abandonan para dedicarse al trabajo. Al mismo tiempo, el mismo gobierno danés busca llenar 800 vacantes con estudiantes extranjeros para asimilarlos como ciudadanos en el mediano plazo ante la necesidad de cubrir una brecha laboral.
¿Quién gobierna Dinamarca? Una coalición de socialdemócratas y moderados que se autoperciben de centro pero que, vamos, si pisaran la Argentina los ponemos junto a Nico del Caño sólo por definición.
Desde Alemania llegaron un par de noticias en forma de quejas en redes sociales y sentencias del “fin de Europa” porque los servicios de inteligencia germanos determinaron que la AfD (Alternativa para Alemania) es un agrupación extremista y deben ser investigados. Todo ocurrió en medio de un cambio de Gobierno, cuando una alianza opositora comandada por Friedrich Merz logró arrebatarle el poder a Eric Scholz. Los memes de “saluden a Europa que se va” se replican con la seriedad cultural de quien se siente autorizado a hablar de Alemania por haber ido al Oktoberfest en Villa General Belgrano.
Marcos Rubio ocupa el cargo más importante de un gabinete norteamericano: es el secretario de Estado del gobierno de Donald Trump. El hombre acudió a Xwitter (dónde, si no) para decir que la investigación contra la AfD es la “utilización de los servicios de inteligencia para perseguir opositores”. En parte tiene razón, dado que el organismo de inteligencia es la Oficina Federal para la Protección de la Constitución. Pero como la principal misión de esa oficina es velar contra los ataques al German Way of Life, puede que Marcos Rubio haya denunciado que el agua moja. Y tarde: la AfD está bajo investigación desde 2020 y sin ser ningún secreto. Lo que sí cambió es que ahora se los investiga como amenazas concretas al orden constitucional.
Entiendo que desde aquí alguien pueda vivir el asunto como un ataque a la Libertad por ser la AfD un partido que expresa su oposición a las políticas Islam Friendly, su conservadurismo social y otras medidas, como pedir que regrese el servicio militar obligatorio. Sin embargo, cuando un Alemán dice “ojo con esto” yo le daría un changüí. No sé, como que algo de experiencia parecieran tener. Es más fácil vincular la persecución hacia la AfD en virtud de su crecimiento electoral año tras año que centrarse en comentarios como “sómos el único país del mundo que posee un monumento a la vergüenza en su Capital” en referencia al recordatorio del Holocausto sito en Berlín. Quizá repasar la historia sea lo que llevó a que las autoridades alemanas decidieran tener un cartel permanente de alerta frente a lo que es capaz de hacer el ser humano con un poquito de empuje. Que los miembros de la AfD hayan recibido dinero ruso justo cuando comenzaron a opinar en contra de financiar la resistencia militar ucraniana, fue solo un detalle más.
Pero todo esto debería llamar la atención por un dato crucial: el que ganó las elecciones y se convirtió en el flamante Canciller Alemán no es Friedrich Engels, sino su tocayo Friedrich Merz, un autoproclamado conservador social y liberal económico que cree que Europa debe acabar con su dependencia militar de Estados Unidos y crear un ejército continental, mientras sostiene que entre los actuales enemigos de Europa se encuentra Vladimir Putin. Entiendo que su propuesta de una inversión descomunal en energías renovables lleve a que se lo pueda considerar un trosko, pero él no tiene la culpa de que nosotros no creamos en la ciencia.
Cito dos casos que no son elegidos al azar. Ambos países integran el top five del PBI per cápita europeo. Puedo seguir con Suecia, donde gobierna Ulf Kristersson, un hombre que se autodefine moderado pero que quiere que su gobierno se recueste sobre la derecha. No quiere echar a nadie, mientras los refugiados se asimilen a la cultura sueca y paguen impuestos. Finlandia se tiró al conservadurismo de la mano de Petteri Orpo, que aplica una política de recortes del Estado que pega de lleno en los subsidios al desempleo. En cuanto a la inmigración, voló por los aires el plan de refugiados, redujo a la mitad el cupo de personas que puedan ser admitidas por año bajo la modalidad de asilo y les negó la residencia automática, salvo que tengan seis años consecutivos sin períodos de desempleo que superen los tres meses.
Las respuestas a las crisis de cada país no reconocen ideologías o lo que uno diría que espera de esa ideología. Vivimos tiempos globales en los que cualquier identificación ideológica es más una emoción instintiva y mucho menos una identificación racional. Hay ejemplos extremos en los que una superpotencia puede decir que buscará la libertad mientras se encierra y hay gobiernos que sostienen el derecho a defenderse siempre y cuando no seas Israel.
Aunque los países nórdicos giran del centro a la derecha, no abandonan la política de Estado de Bienestar que los ha caracterizado en los últimos ochenta años. Como mucho pueden llegar a realizar ajustes del gasto público pero, incluso en esos casos, los sindicatos forman parte de la discusión democrática permanente. Lo que no cambia en ningún lado es el crecimiento de los movimientos de posturas más determinantes, más duras y con planteos más rupturistas de todo lo conocido. Al menos en lo verbal, claro.
Si existe un sentimiento humano extraño, ese es el de la nostalgia. Digo extraño porque hay nostalgias individuales, perfumadas memorias de un pasado que se siente mejor pero que no tiene mucho para ofrecer más allá de lo que elegimos contarnos. Es un tópico general en cada gran obra de la historia humana. Es el pasado que echa de menos la Fantine de Víctor Hugo, una mujer que sólo tiene un racconto de hechos horriblemente espantoso pero que añora con un dejo de inocencia un amor que fue tan solo de una noche. «De algo hay que agarrarse», decían los abuelos; «Tristeza melancólica originada por el recuerdo de una dicha perdida», agrega la Real Academia.
Pero qué pasará por nuestras cabezas cuando añoramos cosas que nunca vivimos y que, por definición, puede que no hayan ocurrido como las recordamos o que jamás hayan existido. Puedo hablar de la mesa redonda y la Excalibur del Rey Arturo o puedo mencionar a ese gran país que alguna vez supimos ser aunque nuestros abuelos llegaran un siglo después. Esto, aunque no me crea, tiene una definición en una palabra: anemoia. No, no la busque en el diccionario porque aún no fue aceptada por la RAE. Tiene su origen en la fusión de dos vocablos del antiguo griego que, traducidos literalmente, significan «un viento en la mente». Y el viento trae cosas desde otras partes y nos lleva a lugares a los que no pertenecemos, todo depende de dónde estemos parados. Anemoia, podría decirse, es la nostalgia por algo que no vivimos, la añoranza de un lugar en el que no estuvimos ni podemos estar porque ya no existe o nunca lo hizo. Es la visión mental de la pregunta «si pudieras elegir, en qué época te gustaría estar», pero llevada al extremo de creernos que es así.
Como buen amargo de la vida, cada vez que alguien me pregunta en qué época me gustaría vivir, lo tomo de manera literal y contesto «en la que vivo». En cuanto me critican la falta de imaginación, pido que visualicen un dolor de muelas en cualquier otra época. Desde que nací tuve todas las enfermedades eruptivas existentes, incluso esas que no tuvieron la suerte de contar con un equipo de creativos que las nombrara y se llaman «La quinta» o «La Sexta enfermedad». Me han tenido que inyectar al menos una antitetánica por año, con algunos récords personales marcados por varios pinchazos en un mismo período fiscal. He recibido más inyecciones de antivirales de lo que pueda recordar. Neumonías, bronquitis varias, infecciones refractarias de solución quirúrgica y tantas variedades de gripes como años de vida. En cualquier época anterior a la aparición de la penicilina y de la antitetánica, no habría llegado, siquiera, a aprender a caminar. En realidad, puede que ni hubiera nacido, dado que fui producto de una cabeza encajada que requirió abrir a mi madre como a un bolso de camping.
Y todo esto sin contar que todos fantaseamos con otras épocas pero en buena posición económica, como si la clase media hubiera nacido con el mundo y nuestros ancestros no hubieran tenido que hervir suelas para comer alguna que otra vez.
Volvamos a lo básico: recuerdo lo que era ir al dentista cuando transitaba la adolescencia. No te cambio esta época y sus maravillosas anestesias ni por los años noventa. Ahora, si me dejás viajar por el tiempo, es otra cosa. Voy, la paso bien, vuelvo y todos felices aunque el presente me espere con un mandatario que quiere volver escribir una obra de teatro para presentarla en donde estuvo el Muro de Berlín.
La anemoia tiene múltiples resultados. Hay un subgénero literario dentro de la ciencia ficción en el que se parte de un pasado idílico hasta llegar a un suceso harto conocido, pero en el que todo sale de manera diferente. En The Man in the High Castle, Philip K. Dick narra con total naturalidad el día a día de un mundo en el que los nazis llegaron primero a la bomba atómica. Ahí es donde comienza la imaginación impulsada por ese hecho contrafáctico: ¿Qué habrían hecho los alemanes de llegar antes a la bomba? Bueno, el historial de cómo aplicaban la tecnología ni bien la descubrían, aporta un buen indicio. Así es que la revolean contra Washington. Chau guerra y chau Estados Unidos.
For All Mankind es una serie que parte de otro hecho que damos por imposible de que hubiera ocurrido: es la Unión Soviética la que consigue que el primer hombre camine por la Luna. Desde ahí comienza la bifurcación contrafáctica de la línea del tiempo, una en la que los Estados Unidos, por su naturaleza, no renuncia a la carrera espacial, sino que aumenta sus esfuerzos. Perdieron la carrera por la Luna, pero van por la conquista del espacio en competencia permanente contra los soviéticos. Contrafáctico al palo, pero no deja de partir de una premisa nostálgica de un momento que los televidentes menores de 60 años no vimos o no recordamos.
Lo sorprendente detrás de este subgénero que me apasiona es comprender la cantidad de factores que influyeron en que un hecho ocurra como ocurrió y no de otra forma. Y cómo nuestra realidad habría cambiado rotundamente si las cosas no hubieran seguido ese caminito que conocemos. Si se le pregunta a Roland Moore, creador de For All Mankind, nos dirá que él no parte de que los rusos llegaron primero, sino de un hecho fortuito en beneficio de Estados Unidos: la muerte de Sergei Korolev en 1966. En la serie, la mente maestra detrás Laika, el Sputnik y Gagarín no se muere en una burda y simple cirugía de hemorroides por culpa de la pésima salud que le quedó tras pasar una temporada picando piedras en un gulag siberiano por la paranoia de Stalin, sino que sigue vivo y, con él, el empuje soviético.
The Man in the High Castle, como toda obra de Dick, deja la sensación de rebeldía en soledad, la de los loquitos que se unen de a poco y clandestinamente, pero que nunca dejan de ser una minoría muy chiquitita en comparación con la inmensa mansa masa de población mundial. Y también sobrevuela la resignación de los que permanecemos en esta línea de tiempo en la que todo es cuestionado, en la que nuestro sistema es cuestionado, en la que nuestro estilo de vida en el que a los malos no se les perdona una, también es cuestionado. Que este presente de democracias con libertades individuales se la debemos a la decisión política de un puñado de loquitos, muy chiquitito y a cientos de millones que fueron a poner el cuerpo y la sangre para cumplir con el deber impuesto. Pero eso, visto desde la alternativa, desde la otra línea, puede ser molesto. Porque se podrá dejar volar mucho la imaginación sobre cuánto habría avanzado la tecnología alemana o cómo serían los países bajo un Reich global, pero lo que más duele es ver lo rápido que puede adaptarse el resto de la humanidad a cualquier sistema y sin chistar demasiado.
No comprendo a los que viven como si el presente fuera eterno, cuando no hay nada más abstracto que el concepto de presente, la memoria del futuro, el punto inexistente entre lo que ya pasó y lo que está por pasar. ¿Nadie tiene miedo al futuro o a qué cosas serán mal vistas en unos años por culpa de acciones que nosotros creímos correctas? No debería haber mayor vértigo que pensar qué le deparará a la historia del futuro cuando sólo sabemos una cosa y es que nada es eterno. Están los que dicen que «si Roma cayó, qué le queda al resto», cuando hay países que han durado mucho más y hoy apenas ocupan una mención en alguna cronología.
Ahora que está revalorizada la ciencia ficción argentina –al menos para los que se permiten el disfrute aunque sea de forma esporádica– no pude evitar pensar en el meme histórico de Japón ochenta años después de la caída de dos bombas atómicas y la comparación con la Argentina tras ocho décadas de peronismo. Desconocer la culposa transferencia tecnológica y monetaria de los Estados Unidos para la creación del Japón moderno no garpa para el chiste, lo sé, pero de tanto repetirse uno puede llegar a entender cualquier cosa. ¿Qué sería de la Argentina si no hubiera triunfado el Golpe de Estado de junio de 1943? Jueguen, vamos, no sean vagos para la imaginación. Total no le afecta a nadie: ya sucedió así y no se puede cambiar.
Lo que sí es cierto es que determinadas circunstancias tienen que darse para que una ucronía sea verosímil. Por ejemplo, en For All Mankind hay una realidad irrefutable y es la competencia militar disfrazada de carrera espacial. Si los rusos hubieran llegado a la Luna antes, los norteamericanos habrían doblado esfuerzos de todos modos porque así estaba estipulado de antemano en el programa espacial. ¿Se entiende?
A lo que voy es a que el clima imperante en la Argentina de 1943 era el del nacionalismo corporativistas. ¿Qué tan lejos habríamos caído del peronismo sin Perón, si siempre tuvimos una inercial pulsión por los líderes alfa que convierten al hombre común estereotipado en el centro de la retórica? ¿Qué tan distintos seríamos si de un lado y del otro de cada una de las miles de microgrietas que nos creamos tienen argumentos distintivos pero son tan iguales en el resto de sus aspectos y objetivos?
No hay nada menos común que el sentido común, ya que hablamos de frases hechas. En filosofía política podría ser la principal crítica al utilitarismo de una normativa: lo que para mí es un bien mayoritario, para otra persona puede no serlo o incluso resultar nocivo, y viceversa. Desde ese punto de vista tan elemental es que siempre me pareció irritante hablar de “gente de bien” o el “nosotros o ellos”, como si estuviéramos en medio de una guerra civil por el futuro de la república. ¿Nosotros quiénes, si solo nos unen dos o tres cosas? ¿Ellos cuáles, si al que tenía conmigo ayer hoy se hace el boludo o ni me saluda?
Pero nada, absolutamente nada de lo dicho puede contra las ganas de imponer deseos como hechos. No hay libertad en obligaciones impuestas, el ser humano no es bueno en estado de naturaleza y ausencia del Estado más allá de casos aislados. Siempre hay un hijo de puta dentro del contrato social, imaginate si estuviéramos en bolas, desprovistos de toda normativa que diga qué se puede hacer y qué no.
Fuera del mundo occidental las peleas por la supervivencia han comenzado de verdad y a nivel países. Pakistán y la India se revolean misiles de un lado al otro y, mientras todos fingimos demencia para no registrar que podrían revolear ojivas nucleares, el mundo pide diálogo a dos naciones que se odian tanto como para crear dos países y no tener que cruzarse. 78 años de vivir con tu archienemigo en la frontera. ¿Qué se sentirá?
¿Cómo será la vida en Ucrania en este momento? Nosotros, que tenemos en la memoria los relatos de nuestros abuelos rajados del hambre y de la guerra ¿podemos imaginar eso? ¿Cómo es habitar Israel desde siempre, rodeados de una frontera compartida con países que quieren borrarte desde el río hasta el mar?
De los gags humorísticos más realistas que he escuchado en Los Simpsons, supongo que el primer puesto se lo lleva Sacha Baron Cohen, cuando hace de guía turístico gruñón por Israel. En un momento, Marge le pregunta por qué tiene que ser tan agresivo. «Ay, ustedes, ahí con su gran enemigo en el norte, Canadá… Prueben con Siria por dos meses y después vemos quién es el agresivo».
¿Qué es lo que nos tiene tan enojados? ¿Por qué la gente que se autoproclama como la más mejor del universo se irrita por cuestiones tan triviales como la opinión de un Don Nadie? ¿Cuál es la necesidad de ser agresivo verbalmente hora tras hora, día tras día, semana a semana y en continuado loop hacia el infinito? ¿Dónde está nuestro enemigo en la frontera con sus ojivas nucleares? ¿Por qué no veo a los tanques del Vladimir Putín del Paraguay desplegarse sobre Formosa y Misiones? ¿Dónde cayeron los misiles arrojados por el gobierno teocrático del Uruguay? ¿Quién, en su sano juicio, está enojado y feliz al mismo tiempo?
Pareciera que los líderes mundiales que tienen verdaderos problemas en sus fronteras y territorios no tienen tiempo para jugar al Monopoly International Edition ni para pasarse días enteros meta compartir memes. Mientras nosotros seguimos en nuestro mundillo pillo, el mundo gira.
124 millones de personas cumplieron años esta semana y nosotros otra vez nos horrorizamos con los resultados de las pruebas Aprender. ¿Qué esperábamos si no hicimos una goma desde el último resultado y, por si fuera poco, les cancelamos dos años escolares a toda una generación? Sus resultados son catastróficos en comparación con la historia educativa de este país. Un lugar repleto de inmigrantes provenientes de rincones en los que se hablaban otros idiomas y aún conservamos al Castellano como lengua patria. Y ahora resulta que nadie comprende lo que lee. Los chicos tampoco, solo que a ellos si les aplican las pruebas aprender. ¿Cuántos de nosotros las superaríamos?
Desde la semana pasada ocurrieron infinidad de cosas a las 8 mil millones de personas que habitan esta roca con agua que gira alrededor del Sol. Por acá, el ministro de Defensa se presentó a una exposición oral en TN y sostuvo que es mentira que Argentina no haya mejorado en su transparencia porque “el principal problema era la Obra Pública y la cortamos”. Algo así como asesinar a un tipo porque tiene gripe y decir que eliminaste la gripe. No es el tipo: es la gripe. Curalo, man. Yo puedo entender que uno se acostumbre a que enfrente no tiren una repregunta ni aunque se les caiga al piso sin querer, pero no es mucho pedir un poquito de lógica.
Reino Unido, Francia, Italia, España, Bélgica, Países Bajos, Chile, Canadá, Israel, Perú, Brasil, Austria, Alemania, Polonia y Australia. ¿Qué tienen en común estos países? Que un delincuente no llega al Poder. Que delinca después, es otro cantar. Ni siquiera somos originales en la región. Como si se tratara del voto femenino al que llegamos medio siglo después que Uruguay, vamos por la vida con el reclamo de Ficha Limpia sin tener en cuenta el más mínimo detalle: para ingresar a trabajar al Estado como empleado hay que presentar un certificado de antecedentes que contraría los principios constitucionales básicos de reinserción e idoneidad. Para ser jefe de esos empleados, no. Es como el apto psicológico, que tampoco lo rinde nadie que no sea un empleado irrelevante en la escala del Poder.
Por lo demás, desde la semana pasada tenemos un nuevo Papa. De los 133 cardenales, eligieron a un norteamericano. De los diez cardenales que tienen los Estados Unidos, el cónclave le dio la guía al único que vivió décadas en Perú. Y encima de la Orden de San Agustín. Un yankee fan de América Latina para los tiempos de Donald Trump. Por si fuera poco, y como nadie pareciera mencionarlo, eligió el nombre de León XIV y nadie fue a buscar qué hizo el último León: transitó su longevo papado en tiempos de revolución industrial, reclamos laborales y surgimiento del socialismo. Fue profundamente anticomunista –sin llegar a ver, siquiera, la aparición de la Unión Soviética– y estaba, a su vez, meta decir que los trabajadores necesitaban tener dignidad. Luego de siglos de cortesanos, la Iglesia se actualizó con el Rerum Novarum –de su puño y letra– y salió a reconciliarse con los gobiernos laicos. Nosotros lo vivimos: León XIII era Papa cuando Roca expulsó de la Argentina al nuncio apostólico y también lo era cuando Roca, 16 años después, reanudó las relaciones con el Vaticano.
Un yankee que habla castellano es Papa en 2025. Y después nos preguntamos cómo hizo la Iglesia para sobrevivir dos milenios: son los putos amos de la política.
En fin, estos fueron mis divagues. Tengo más, si lo desea, pero no creo que quiera seguir. Menos si le digo que tenemos que volver a hablar de lo que pasa en esta Argentina en la que el corrupto siempre es el otro.
P.D. (Y a modo de propuesta a los colegas que se sienten atacados por el monotemático comandante en Jefe): No contesten más. Ni se calienten. Entramos en la etapa en la que no importar qué digamos o dejemos de decir, todo será utilizado en contra de todos, de manera colectiva y sin graduaciones. En el Gobierno hay más funcionarios de Alberto que en la Provincia de Buenos Aires y buscan la simpatía de los señores feudales mientras se burlan de los republicanos, pero hay que atacar a los periodistas por la cuarentena. Fuimos todos, claro, los que militaban la Sputnik y el encierro eterno, y tambien los que firmábamos solicitadas y denunciábamos violaciones a los derechos humanos. En el mismo lodo todos manoseados. ¿Para qué contestar? ¿Para qué calentarse?
Compartilo. Si te gustó, claro. Este sitio se sostiene sin anunciantes ni pautas. El texto fue por mi parte. Pero, si tenés ganas, podés colaborar:
Y si estás fuera de la Argentina y querés invitar de todos modos:
¿Qué son los cafecitos? Aquí lo explico.
Y si no te sentís cómodo con los cafés y, así y todo, querés, va la cuenta del Francés:
Caja de Ahorro: 44-317854/6
CBU: 0170044240000031785466
Alias: NICO.MAXI.LUCCA
Y si quedaron ganas, hay más por aquí:
Si querés que te avise cuando hay un texto nuevo, dejá tu correo.
(Sí, se leen y se contestan since 2008)
Un comentario
Salvo el pequeño error cosmético de que Scholz no es «Eric», sino «Olaf», excelente resumen de la actualidad alemana. Saludos desde… Alemania 🙂