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Saqueadores Unidos

Saqueadores unidos

Propio de su mestizaje de orígenes, la Argentina es un país rico en tradiciones. El sanguche de milanesa, los alfajores, el asado a la cruz, los festivales de Cosquín y Jesús María, la peregrinación a Luján de octubre, el almuerzo familiar de los domingos, la saturación de público desaforado que hace pogo hasta en un recital de Caetano Veloso, las peleas de manadas a la salida del boliche, la virgencita del clima de Mar del Plata y los saqueos a supermercados.

Sí, saqueos, mal que les pese a quienes ahora se ponen en tecnicismos y dicen que el saqueo, como tal, no figura en el Código Penal. Tampoco figura la palabra homicidio, amiguillos de la palabra avergonzante.

No somos ni a palos el único país del mundo. Ni siquiera los países más desarrollados pueden sacar chapa de no saber de qué se trata. En Estados Unidos basta un corte de luz o un negro asesinado por la policía para que los comercios sean arrasados. En Francia, anualmente cuentan con temporadas de saqueos e incendios.

Pero acá tiene otro gustito. Como la empanada o la pizza, nosotros le damos una vuelta de tuerca con el condimento de la oportunidad. De allí que siempre que llega diciembre estemos todos con el corazón en la boca. Para nosotros, la Navidad son turrones, pan dulce, Papá Noel, corchazos en los ojos, dedos quemados por pirotecnia y un buen saqueo al mercado del barrio.

Siempre llamó mi atención el saqueo como fenómeno social. Al igual que en las mejores ciudades del primer mundo, en los saqueos se producen grandes faltantes de electrodomésticos de entretenimiento y bebidas alcohólicas, algo que puede hablar de seres con dietas a base de transistores y destilados, o del deseo de obtener aquello que tanto le ofrecen en publicidades que todos consumimos sin importar nuestras diferencias en el poder adquisitivo.

Pero nuestro condimento especial, ese que diferencia nuestros saqueos del de otras partes del planeta, está dado por una característica sociopática. O sea: en cualquier saqueo se produce la reducción a la mínima expresión de la figura del dueño de la mercadería. Ni siquiera es que podemos analizar que alguien piensa en que el dueño se lo merece, en una suerte de venganza anticapitalista. No se piensa en él, que se joda, del mismo modo que pasa cuando se produce cualquier asalto.

Ahora, en nuestros saqueos se nota, cada vez más, el desprecio por gente a la que los agresores conocen. No hay autos ni camionetas para transportar la mercadería saqueada. Llegan a gamba al super del barrio, toman lo que quieren, se van como llegaron.

En la versión vernácula de los Juegos del Hambre, todos creen que al de al lado le va mejor. El dueño del mercado no tiene mercadería de reposición porque no consigue siquiera precios, no le actualizan las bases tributarias, lo primero que hace al despertar cada mañana es preguntar qué impuesto vence ese día y, por si fuera poco, debe hacerse a un lado mientras los vecinos del barrio ingresan a tomar lo que él ya pagó. No todos los saqueados son de grandes cadenas. Los dejan fuera de los programas de subsidios de precios cuidados, los culpan en televisión por la inflación y encima le dan de comer contra su voluntad a una horda que ingresa sin aviso.

La situación terminal en la que se encuentra la población argentina da para pensar seriamente en la conveniencia o no del saqueo. ¿Cómo es que la pobreza tolera ser pobre a principios de agosto pero deja de tolerarlo diez días después? Fácil: la ausencia del gobierno. Gobernar es poder, el gobierno es ejercido por personas con autoridad. Y hasta donde sabemos, el expresidente abandonó sus funciones hace un par de años y la vice no es de aparecer cuando las papas queman.

Algún día deberíamos hablar de la ley no escrita del presidente peronista como máquina de trabajar. Sí, Perón llegaba a la Rosada a las siete de la mañana. Sí, Carlos Saúl tenía un dormitorio al lado del despacho para poder dormitar en sus jornadas eternas. Cristina nunca arrancó una jornada antes de las once, desayuno en la cama mediante. Pasó tanto tiempo de acto en acto y de discurso en discurso que es fácil de comprender cómo es que se le fue todo de las manos. Y Alberto, que se reía de Macri por tomarse vacaciones, hace al menos un año que no participa ni de las mateadas de los jardineros de la Quinta de Olivos.

No podría negar una conspiración que no me consta. Sí me causa un poco de gracia que se argumente a favor de su existencia en base a que “los saqueos fueron en municipios controlados por el oficialismo”. Gente: si en sus manos están 18 de los 24 municipios del conurbano, es como tener casi todos los números para el bingo. Por otro lado, aunque no lo sepan, el partido de Tres de Febrero también la pasa como el culo y está en manos de Juntos por el Cambio.

Y aunque tampoco me consta que haya existido conspiración alguna, apelo a la lógica. ¿Las dos fuerzas opositoras al kirchnerismo son de raigambre porteña? Sí. ¿Alguien conoce a algún porteño que sepa dónde queda Pablo Nogués o los barrios Cuartel V y Casasco? Es el segundo cordón, man. Más allá del horizonte.

Mientras todos estamos enfocados en los saqueos a supermercados, hasta ahora nadie habla de lo otro que ocurrió esta semana: el saqueo de camiones. Es una constante desde hace días, a pesar del silencio del Sindicato: los camiones se detienen en zonas de descanso, sus lonas son tajeadas y los productos desaparecen en segundos.

Por suerte para los empresarios del transporte, Camioneros accedió a firmar una paritaria de solo el 61%. Por seis meses. Con un 25% ahora. ¿Ya saben quiénes lo pagarán? ¿Lindo, no?

Lo que sí hay que reconocer es la impronta que Sergio Massa ha logrado imponer en el oficialismo al menos de cara a la campaña: la vocera del expresidente Fernández acusa una incitación, el gobierno bonaerense descarta organicidad. Sí y no, massismo al palo.

Cerramos el año 2022 con una pobreza que cruzó la línea imaginaria del 42%. Y eso que no es medida en la totalidad del país sino en ciertos conglomerados urbanos testigos. O sea, no es el 42% de los aproximadamente 45.8 millones de habitantes argentinos –masomeno, que ni el Censo hicieron bien–, sino el 42% de los 28 millones de encuestados. Estimaciones que extrapolan el resultado a nivel nacional dan que son 20,4 millones los pobres en la Argentina del 31 de diciembre de 2022. El 66% de los niños son pobres. Tres puntos más que el año pasado. Mirá a tres chicos. Dos son pobres.

Pero, repito, eso fue en diciembre del año pasado, con una situación económica que, comparada con la actual, la recordamos como una semana en alguna playa del Mediterráneo. ¿Cuántos están en la lona hoy? Cuando se conozca el índice de pobreza del primer semestre de este 2023, ya habrá quedado viejísimo. Ni aunque lo actualicen a la primera semana de agosto.

No hay manera de que nuestra democracia sea plena con este nivel de pobreza e indigencia por una sencilla razón: si uno de cada dos argentinos en condiciones de votar está en la desesperación, difícilmente pueda darse el lujo de apoyar ideas a largo o mediano plazo. La comida la necesita para ayer.

En una esquina de mi barrio, esas en las que pareciera que el mundo estuviera habitado solo por colegios, Cecilia se para cada tarde con su canasto. Sus churros y bolas de fraile, todo caserito y del día, son el Santo Grial de las blancas palomitas. Cecilia tiene trabajo pero ya no le alcanza. Se las rebusca. Como todos los que pasamos o hemos pasado por situaciones similares. Bueno, como todos los que hemos recibido valores y herramientas.

Las herramientas y los valores llegan en conjunto de parte de la sociedad conformada por los padres y el sistema educativo. Se intercalan, se complementan, chocan a veces, se reemplazan, vuelven a entrelazarse. Nada iguala más que una escuela y así fueron concebidas al menos en nuestro país.

Llevamos décadas de degradación escolar. Calculen que, si hay polémica con el nivel educativo de quienes sí terminaron sus estudios obligatorios, qué nos queda para esto. La Argentina supo ser líder absoluto de la calidad educativa en América Latina y brillaba en el firmamento de la calidad escolar global. Hoy ocupa el segundo puesto en deserción escolar de Hispanoamérica.

Los datos son crueles, pero no sé si es que ya nos acostumbramos, o es que no nos da la educación para comprender el desastre de la educación. No es una cuestión de percepciones sino que está totalmente cuantificado por estadísticas y pruebas de estándares internacionales.

Los números dicen que uno de cada cuatro chicos no termina la escuela primaria. De lo que queda, uno de cada dos no termina la secundaria. Quienes lo hacen tienen serios problemas de comprensión de texto y una deficiencia tremenda en la resolución de problemas.

Ahora, en teoría, la educación primaria y secundaria son obligatorias. Digo “en teoría” porque en esta Argentina hace ya tiempo que las leyes sólo son sugerencias a tener en cuenta. Y como los menores de edad no son responsables de sus actos, ahí aparece el otro socio del fracaso educativo: los que tienen la tutela de los chicos. Si una persona largó la escuela primaria en sexto grado, tiene once años. ¿Dónde pasa su día? ¿Qué tipo de educación reemplaza a la que debería recibir en una escuela?

Hace dos lunes, mientras paseaba a mi perro por mi barrio, vi tres patrulleros amontonados, varios policías de pie con sus actas, cinco mochilas abiertas sobre la vereda y seis jóvenes sentados en el piso con las manos en sus espaldas. Probablemente esposados. Cuatro varones, dos chicas. Todos vestidos de forma prolija, aseados y con sus cabelleras recién podadas.

Charlo con Carlos, el del kiosco de diarios, y me cuenta que uno de ellos esperó a que un colectivo comenzara a cerrar sus puertas para saltar y manotear la mochila de un laburante del último asiento. Tanta mala leche que el laburante tuvo el tupé de resistirse. Afuera la gente comenzó a los gritos y apareció la policía. Todas y cada una de las mochilas que llevaban cinco de ellos, tenían pertenencias ajenas. Vaya a saber uno cuántas cuadras llevaban así. Quizá querían portar mochilas y les pareció buena idea obtenerlas por la fuerza de manos de tipos que están igual o peor que ellos.

El último detalle: estábamos en horario escolar y uno de ellos, visiblemente quebrado, confesó que las primeras dos mochilas las sacaron del boliche del que habían salido en la madrugada. No había otra necesidad que las ganas de obtener algo ajeno. O quizá gastaron sus últimos pesos en diversión y necesitaban nuevos ingresos, quién sabe. Solo sé que varios de ellos eran menores. En vez de estar sentados en un pupitre, lo estaban sobre una vereda, con sus manos en las espaldas.

Este domingo por la tarde, mientras tomaba un café en la London de Perú y Avenida de Mayo, se me acerca Joaquín a pedirme una mano. Lo reconocí enseguida. Tiene ocho años y junto a su hermana se hicieron tristemente célebres entre los transeúntes de la zona por ser “los chicos que hacen los deberes en la calle”. Su familia no tiene techo. Sin embargo, la madre los manda al colegio. O al menos esa es la historia que se cuenta. Están impecables, pero con la cara de quien no puede dibujar una sonrisa ni aunque lo inviten a merendar.

En una zona en la que sacar el teléfono y utilizarlo para lo que fue creado es una invitación a que alguien lo arrebate de una trompada, Joaquín, su hermana y su madre no me resultan un canto a la esperanza, sino que me generan la peor de las broncas. No me representan la heroicidad del ser humano, sino un insulto a la condición de ciudadano. No quiero contar sus historias de resiliencia, sino salir a romper todo. Y ya ni sé si por la situación de ellos o por el temor que me genera saber que cualquiera de nosotros puede terminar así.

¿Cómo carajo es que están ahí? ¿Qué mierda hicieron con los planes sociales que, mientras unos reciben tanto, los que más cumplen no reciben ni las migajas? ¿Ninguno de los funcionarios que circulan por la zona los ve mientras se patinan un salario mínimo por cabeza en un almuerzo?

Massa ahora promete compensaciones económicas a los comerciantes que se vieron afectados. ¿Les va a pagar también el psiquiatra para que puedan conciliar el sueño alguna vez y no salten de la cama cada vez que escuchen un ruido en la calle? Sus saqueadores están ahí, sueltos. Mañana entrarán como clientes, pasado como dueños de lo ajeno con derecho a disponer.

El gran aporte de Occidente a la evolución de la humanidad ha surgido de los ideales de la Ilustración. Y uno de sus pilares para la evolución de las sociedades fue el acceso a la educación como base para la construcción de ciudadanos libres y soberanos de sus destinos en estados democráticos. Ahí andamos nosotros.

Al menos somos coherentes con el gobierno: se van en seco con la sola ilusión de poder formar parte de los BRICS, el bloque compuesto por Brasil, India y Sudáfrica, pero también por Rusia, Irán y China. Nada mal blanquear nuestro espíritu y asociarnos con los reyes del saqueo global, los que depredan nuestros mares sin permiso, los que tampoco preguntan si pueden invadir un país ni tampoco dan explicaciones por atentados.

Eso de las dictaduras asesinas y las violaciones a los derechos humanos quedó en el olvido.

¡Alguien nos quiere! Aunque no para lo que nosotros queremos…

 Nicolás Lucca

 

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