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El domingo pasado participé de la entrevista que Ignacio Ortelli le hizo a Mauricio Macri en Radio Rivadavia. Ya saben, esa en la que el expresidente dijo no estar de acuerdo con el desdoblamiento de las elecciones porteñas, aseguró que el balotaje será entre Juntos por el Cambio vs. Milei con el kirchnerismo en tercer lugar, y que volverá a presentarse a elecciones en Boca Juniors.
¿Qué mide una buena nota? Sus repercusiones. Aún con Macri todavía entrevistado al aire, TN ya había levantado su primera declaración. Le siguieron días de sacudones entre los que se coló la ratificación de Horacio Rodríguez Larreta de ir a elecciones con una modalidad que nunca utilicé en mi vida: dos simultáneas en el mismo día y con dos sistemas electorales totalmente distintos.
Más y más repercusiones. Numerosos partidarios de Macri sostienen que Larreta rompió el partido que fundó el expresidente. Larreta también es el fundador, pero piden por Patricia Bullrich. Por aquellos años, la presidenta del PRO en licencia enfrentó y denunció repetitivamente al PRO durante una gestión y media de Mauricio Macri al frente de la Jefatura de Gobierno.
Por otro lado, Rodríguez Larreta anuncia la utilización de boleta única electrónica, que tiene más de electrónica que de boleta única. Un sistema que no respeta los más sencillos principios de un método de votación: garantía del secreto y confiabilidad. Un debate saldado a nivel nacional, menos para la comodidad de los que tienen opiniones sobre todos los temas. ¿Cómodo? No requiere ni más ni menos pasos que colocar una boleta en un sobre. Incómodo es ver a la UCR respaldar el sistema de votación electrónico y a Vidal rechazarlo cuando hace unos años era exactamente al revés.
Ya que hablamos de esto: el revoleo de archivos fotográficos para acusar de peronista a uno u otro en base a la posición personal del emisor debería mostrarnos dos cosas. La primera es que es muy fácil cambiar de camiseta en la Argentina. La segunda es que, salvo que voten al FIT, todos tienen un peronista de aliado. Todos.
Pero la mayor repercusión es la no repercusión donde realmente importa. Pongo un solo ejemplo: el lunes 10 de abril, luego de que Larreta confirmara que no le importaba absolutamente nada de lo que opinara Mauricio Macri y anunciara el desdoblamiento, Macri dijo “Profunda desilusión”. Estallaron las redacciones, los canales de noticias, las radios y… No pasó nada.
Entré a Twitter y el clima era voraz. Pero lo era en mi timeline. Al chusmear las tendencias no encontré ni una vez las palabra Macri, ni Larreta ni Bullrich. Sí hallé a Milei a punto de caerse del listado de veinte tendencias. Así siguió durante toda la jornada. Y la semana. Como todo timeline, el mío está personalizado por mis preferencias de conversaciones: buena parte de la gente que sigo, coincida o no con sus pensamientos, son personas con opinión política.
Lo más hilarante de la cuestión fue notar que el oficialismo no pudo aprovechar la situación. Contratiempos zonzos, como el dato de una inflación que ya llegó al sistema solar de al lado, nada grave.
Imagino que en la pelea entre Rodríguez Larreta y Macri, los kirchneristas deben esperar a ver cuál es la opinión mayoritaria. No debe ser fácil opinar sobre traiciones ajenas. Mientras Axel Kicillof denuncia que la oposición es una maniobra de la oposición, Máximo dice que llaman a elecciones “como lo hizo la dictadura”, Cristina sostiene que ella tiene la suerte de no votar por tener más de 70 años, Massa mete un impuesto a la doble elección y Alberto dá una entrevista para ESPN sobre su participación clave como radioescucha en la Copa Libertadores obtenida por Argentinos Juniors en 1985.
Pero podía ser peor y, si hay algo en lo que el kirchnerismo ha picado en punta, es en romper con lo inimaginable. Ahí está Alberto, en una clase con cada vez menos alumnos, en una actitud de “ya fue todo”. Después va y te inaugura la terminal de Ezeiza para pedir que no salgamos del país porque “hay pocos dólares”. Acaba de llegar de Dominicana. Y todo termina con la llegada de Gabriela Cerruti para decir que la culpa de la inflación es de la guerra en Ucrania, de la sequía, de la caída del Muro de Berlín, del mundo que se derrumbó como una burbuja, del sistema capitalista que debe ser modificado, del maquinista del tren Sarmiento que no frenó, de la Dictadura y de los que echaron al Chavo de la Vecindad.
El gran, enorme culo del PRO es que este oficialismo es un muestrario de pelotudos que alguna vez alguien compró como mentes brillantes. Como Axel y sus marchas vacías, o Aníbal y su diarrea verbal.
Desde el sector de Milei se sorprendieron tanto con la interna de la interna de Juntos por el Cambio que no supieron de quién reirse. Algunos vieron con buenos ojos los dichos de Macri sobre el balotaje, otros sueñan con una posible fórmula con Patricia Bullrich y demuestran que los carpetazos sobre el pasado ideológico de cada político es más selectivo que el concepto de qué es liberal y qué es de fachos.
Y los porteños votaremos con dos sistemas distintos. No me quiero imaginar a los grupos que capacitan fiscales. La Boleta Única de Voto Electrónico es un flan hecho de agujeros de inseguridad y tongos de importaciones que incluyen a Corea del Sur y la República del Congo. Pero, más allá de este detalle, estamos en condiciones de asegurar que no es una buena idea mezclar sistemas en un país en el que Victoria Xipolitakis puso las boletas de tres candidatos a presidente “porque no quería que se sintieran mal”.
¿Cómo vas a confiar en la inteligencia colectiva en la tierra en la que un gobernador pretende que un batidor de café es una bombilla, en la que los presidentes no saben persignarse, en la que tienen que ponernos un cartel para que sepamos que las papas fritas, el chocolate, el dulce de leche y las harinas engordan?
En Humanity –Netflix– Ricky Gervais carga contra “lo que opina la gente” en base a una sencilla razón: los bidones de cloro aún dicen “no beber, peligroso”. Hasta sugiere que se quite el cartel por un par de años y se vuelva a consultar “lo que opina la gente”. Humor. Eugenésico, pero humor al fin.
En la Argentina en la que existen universitarios que sostienen que imprimir billetes no causa daños, donde sujetos instruidos tuitean con mayúsculas y horrores ortográficos, donde el 60% de los chicos que comienzan primer grado no finalizan la primaria, pretendemos confiar en la voluntad de votar dos veces, en un mismo día y con dos sistemas diferentes. Estamos en el país en el que murió una tonina porque primero había que sacarse selfies.
Pero vayamos a lo simple: no hay forma de que caiga bien tener que votar dos veces en un mismo día y con dos sistemas distintos solo porque un grupo pequeñísimo de personas no logra ponerse de acuerdo. Aún menos agradable es que ocurra en un momento crucial de nuestra historia del que depende nuestro futuro económico y –sobre todo– psiquiátrico.
Y todo esto si es que damos por sentado que el grueso de la gente está informada, cuando estadísticamente es el mayor de los mitos vigentes. No es una agresión, sino una descripción de un mecanismo de defensa y supervivencia. El tipo que está todo el día en una obra, difícilmente tenga tiempo para consumir todo el quilombo de noticias políticas que ocurren en tan solo media mañana. El sujeto que tiene una familia con dos o tres pibes, probablemente esté más preocupado por no confundirse en el horario de salida de cada borrego que en entrar a chusmear los medios para ver si, por casualidad, ese día a alguien se le ocurrió cambiar el sistema de votación.
Yo entiendo que muchos ya han tomado partido dentro de la interna de Juntos por el Cambio. Lo que me resulta increíble es que esté bien revolear carpetazos a gente a la que votaron a sabiendas de esos pasados.
Hasta me cuesta comprender en qué piensan cuando, para minimizar el tema, nos recuerdan que en 2015 votamos seis veces. Sí, votamos seis veces y es un trauma que tenía bloqueado. ¿Era necesario recordarnos que fuimos más veces a votar que al cine?
En 2009, un tipo llamado Néstor Kirchner perdió las elecciones legislativas a nivel nacional. Con su esposa se lo tomaron un poquito a mal. Estatizaron el fútbol, lanzaron 678, repartieron tortones de guita para financiar y crear medios afines e inviables e iniciaron el debate por la Ley de Medios. En ese punto de inflexión en el camino hacia la radicalización kirchnerista, surgió la Ley 26.571. Como todo lo que viene del kirchnerismo, fue presentada bajo el manto todopoderoso de la “democratización”. En este caso “de la representación política, la transparencia y la equidad electoral”. No podía volver a ocurrir la dispersión de votos que causó el dolor de escroto de Néstor.
De este modo mejoraron la perversión de obligarnos a decidir las internas partidarias. Una costumbre vigente desde que en 2003 tuvimos que elegir entre Carlos Menem, del Partido Justicialista, Néstor Kirchner, del Partido Justicialista, y Adolfo Rodríguez Saá, del Partido Justicialista. En 2005, los bonaerenses debían optar por Cristina Fernández de Kirchner, del Partido Justicialista, o Hilda González de Duhalde, del Partido Justicialista. Para 2007 se presentó Cristina, del Partido Justicialista, Roberto Lavagna, del Partido Justicialista, y Alberto Rodríguez Saá, del Partido Justicialista. En 2009, cuando se pudrió todo, los bonaerenses tenían que elegir entre la lista de Néstor Kirchner, Sergio Massa y Daniel Scioli, del Partido Justicialista, o la de Francisco De Narváez y Felipe Solá, del Partido Justicialista.
Con las PASO ingresamos al perverso sistema de tener que elegir cuál es nuestro candidato favorito para las elecciones de veritas, las que vienen después. Si entre una y otra se incendia el país, todo bien. Daños colaterales de la vida política, ¿vio?
Desde que existen las PASO las únicas cosas que cambiaron son la cantidad de veces que tenemos que ir a votar y la extinción de 150 partidos políticos localistas. En 2011 tuvimos a tres candidatos peronistas en la carrera presidencial. Y eso que no sumo a Ricardito. No cambió nada: aumentó el caudal de votos de los partidos mayoritarios ante la ausencia de los partidos del 1%.
Y ahora que existe la posibilidad de que los políticos puedan dirimir sus internas en elecciones –o sea, que nosotros decidamos la rosca de ellos– también es para quilombo. ¿Tiene que ser todo público? ¿No pueden resolver las cosas con negociaciones internas?
Ahora fumaron el vapeador de la paz. Se ve que notaron el impacto negativo en los votantes.
¿Algún beneficiado? Obvio: los que necesitan de la dispersión de votos. Incluso el oficialismo.
En un clima de tensión social sin precedentes por la combustión de una economía de la que solo quedan brasas, con un colapso de todos los estratos sociales y en el que el clima predominante es el hastío y la preocupación, no solo tenemos que votar mil veces, sino que encima debemos lidiar con el divorcio de nuestros padres.
Seremos el país más psicoanalizado del mundo pero, evidentemente, nos quedamos cortos.
O fue demasiada terapia, no me decido.
PD: Extrañan a Durán Barba, no me digan que no.
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