Inicio » Herencia cultural » Ni que fuera para tanto
Cuando dije, hace unas semanas, que no tenía ganas de escribir, debí pensar por un momento qué tan pocas ganas eran en realidad, que siempre se puede tener menos. Ahora, mientras mis dedos pasean, trato de hacer lo que cualquier periodista debería hacer: aislarse de las redes sociales. Lo tiro como consejo profesional y psiquiátrico. Profesionalmente es imposible acercarse un poquitito a la leyenda de la objetividad si vemos todo el tiempo cómo opinan las personas a las que seguimos y a los que ellos siguen. Desde el punto de vista psiquiátrico lo digo porque ya está comprobado que no es sano prestar atención a dos cosas a la vez, salvo que una se haga de forma automática.
Antiguamente, allá como hace unos diez años, existió un debate que pasó sin pena ni gloria pero que nos tenía a todos con los gobelinos por el suelo: el rol de los medios. Un roll de canela, un roll de atún y palta, un rock and roll, cualquier cosa tenía más presencia en nuestra cabeza que el rol de los medios. Instalado el tema desde las usinas moralmente superiores del kirchnerismo, guiados por gurúes revanchistas, cualquier publicación pretendidamente intelectualoide, cualquier emisión de los programas de televisión vinculados al entonces oficialismo, ponía al rol de los medios como un tema central. Todo terminaba en el rol de los medios. Y todos sabemos que cuando hablamos de cuestiones políticas, económicas o sociales, no nos referimos a los conductores de programas de concursos. El rol de los medios es, básicamente, el periodismo y su accionar. Tema soporífero si los hay.
La lista negra periodística de aquellos años estaba encabezada, cuando no, por Jorge Lanata. El listado era amplio, pero los nombre pueden rastrearse: Joaquín Morales Solá, Carlos Pagni, Nico Wiñazky, Ernesto Tenembaum, Hugo Alconada Mon, Jorge Fontevecchia, Magdalena Ruiz Guiñazú, José “Pepe” Eliaschev y siguen las firmas. Por extrapolación, tampoco eran santos los empleados que trabajaban en esos medios por haber aceptado trabajar en esos medios. Así caían en la volteada editores, redactores especiales, juniors, pasantes, cadetes, fotógrafos, camarógrafos, diseñadores, etcétera. La generalización siempre es la aliada maléfica del resentimiento.
Pasan los años y el manual continúa perfecto, con la clara falencia de los caídos en el camino, personas que ya no están y que los agresores al periodismo “en general” probablemente agradezcan que ya no están vivos. Pero como las comparaciones son odiosas, prefiero no generalizar tampoco en esto. En aquellos años en los que 678 –por ejemplo– escrachaba hasta un bloguero, eran los miembros del establishment quienes desde el espacio brindado por el establishment cargaban contra los verdaderos dueños del establishment. Ellos no se sentían parte del establishment, del poder entre las sombras, de los que manejan los hilos de la gran marioneta universal. Todos menos ellos. Todas menos mi mamá.
Cuando digo que no me gusta generalizar me refiero a que en aquellos años de medios hiperfinanciados con fondos públicos, hubo voces disonantes que no coincidían en nada con aquellos a quienes salían a defender. El “conmigo no, Barone” de Beatriz Sarlo se hizo remera, Martín Caparrós y su “no puedo creer que hagan eso” como primer comentario riendo luego de un informe también quedó grabado en mi memoria. No los invitaron más, obviamente. Caparrós y Betty no eran solo un par de voces con poder de fuego: eran dos de las vacas sagradas del pensamiento progresista.
Hoy, para demostrar que las comparaciones son odiosas, no encuentro a colegas con poder de fuego dentro del ámbito de los agredidos decir “esto no es así”. Cada uno cuida su propio culito y aprieta los cachetes para sentarse más derecho cuando el Presidente insulta de arriba a abajo a una institución a la que el entrevistador pertenece. Cuento los nombres de los entrevistadores exclusivos del gobierno y sumo cinco. Entiendo que no todos mis colegas tengan ganas de ir a escuchar ópera a la Quinta de Olivos, pero no creo que la obsecuencia deba ser una condición necesaria para conseguir una entrevista.
Existe un concepto que creemos perpetuo pero que, aunque no lo crean, es bastante moderno: el de empatía. Lo más antiguo podemos llegar a hallarlo en Aristóteles y su máxima de que el hombre es un ser político. Y como dice político, nos olvidamos qué quiso decir de verdad: un hombre gregario, de sociedad, de ciudad, de la polis, un ser que necesita de la interacción con el otro. Este concepto, de hecho, era tan extremo que el peor de los castigos impuestos en la antigua Grecia no era la pena de muerte: era el exilio. Basado en todo eso es que Aristóteles desarrolló su pensamiento.
Pero la empatía, tal como la conocemos, tiene menos de cincuenta años. La idea de tener la capacidad de ponerse en el lugar del otro no es hallada en autores previos. Hay esbozos, hay teorías que apuntan a algo, pero nadie dijo “la empatía es la capacidad socio emocional de comprender, aceptar y hacer carne la realidad del otro” hasta fines de la década de 1970 o un poco más.
En las pasiones violentas, cuando alguien se va a las manos con otra persona, el concepto de empatía puede correrse de la ecuación. Distinto es cuando alguien, supongamos la misma persona, se toma su tiempo y elabora un plan para arruinar la imagen, el estilo de vida, la psiquis y todo concepto de bienestar de otra persona. En un caso se impusieron las emociones primitivas, en el otro hubo posibilidad de resolución civilizada y se optó por la aniquilación moral, la humillación o la condena social, equivalente moderno al exilio griego. No sé si me he explicado.
Por ejemplo: nadie diría que es jodido esto de ser blanco, católico, heterosexual y clase media. Pero si nos ponemos en modo victimización, podemos decir que el rico piensa que sos pobre, el pobre que sos rico, el culto que sos mersa, el inculto que sos snob y listo. Siempre hay forma de dar vuelta la tortilla y victimizarse. Esa clase media fue estigmatizada durante años por no tener conciencia de clase. Como si no supiéramos que el sedán alemán que tenemos en la vereda es un Gacel y no un Mercedes. Confundir el deseo de ascenso social con desprecio a la realidad es bien de clasista. ¿Cómo vas a progresar, chabón?
Luego de años de discursos agresivos hacia el que quería progresar o disfrutar sin cantarle a Cristina, llegó el momento del orgullo a la normalidad del estereotipo. Ahora la normalidad es un status superior y es motivo de orgullo que así sea. Y así es que, de a poquito, año tras año y con cada nuevo concepto, te quedas sin lugar de pertenencia y sos blanco de todos los colectivos.
Todo es un campo de batalla que parte de la premisa de la incapacidad de siquiera intentar ponerse en el lugar del otro en una realidad cotidiana para la que nadie, absolutamente nadie fue entrenado. Las dinámicas de comunicación que sostenemos –o intentamos sostener– en los últimos años atenta contra cualquier posibilidad de sanidad mental. Hasta 2012 no usábamos Whatsapp. Los más veteranos de Twitter arribamos entre 2008 y 2009, aunque algunos ya estaban como primeros moradores desde 2006. Hasta 2007 nadie buscaba a sus compañeros de colegio por Facebook. En un día normal podíamos llegar a tener entre 15 a 20 conversaciones cortas reales, sin contar los saludos de ascensor ni las transacciones comerciales. Hoy ningún día comienza con menos de 50 ventanas abiertas.
No es sana la tecnología diaria, nuestra relación con nuestros trabajos, las relaciones interpersonales. No es sano lo que tenemos que trabajar para vivir decentemente ni tampoco es sano lo que necesitamos para vivir. Tampoco hay forma de adaptarse a los mensajes fuera de horario laboral –si es que todavía existe el concepto de horario laboral–, ni mucho menos podemos lidiar con el exceso de información proporcionada por una dinámica periodística inviable. Es tal la cantidad de información a procesar que se necesita demasiada gente, lo que lleva a menores porciones de torta a repartir en salarios y así llegamos a esta realidad en la que un trabajador de prensa tiene una escala salarial que inicia, en mayo de 2025, en 390 mil pesos por ocho horas de laburo.
Si partimos de esa base, la generalización de “al periodismo no se lo odia lo suficiente” no tiene demasiado asidero. Nadie odia al periodismo tanto como los que caímos en la trampa de querer vivir de esto. Pero por el otro lado, me intriga qué pasará por la cabeza de un Presidente que supone que el culpable de todos los males son “los seres despreciables” que pululan por alguna redacción. Puede que, por el estilo de vida que llevan los periodistas que lo frecuentan, suponga que todos transitamos un presente decente con varios días de descanso y demás cosas, pero no es así. Y eso que es fácil sacar la cuenta: ¿Cuántos periodistas famosos y con permanencia constante existen en prime time? Bueno, el resto no lo son.
Entiendo que la chatura de la cultura general se preste para decir que somos todos burros. Y es que lo somos, pero lo tenemos permitido. Por definición, el periodismo es el oficio en el que nos pagan para satisfacer la ignorancia a través de contar historias o entrevistar a quienes saben. En buena medida me dan ganas de decir “a joderse” para todos los colegas, pero da la casualidad que todos los atacados nunca son los que tienen la chance de sentarse a la mesa del Presi. Cuando el hombre generaliza, ¿es consciente de que agrede a sus amigos también? Que a ellos les resbale no quiere decir que no ocurra.
Esta semana, entre tanto circo montado en el Congreso, se escuchó hasta el hartazgo que Francos era el primer Jefe de Gabinete que iba al recinto en 30 años. Lo repetían todos, desde el mozo de la Cámara hasta el conductor de turno. Nadie dijo “no, pará, Marcos Peña peregrinó al edificio todos los meses”. Medio que da un poco de fiaca que alguien nos responda “ah, ahora defendés a Marquitos” y quizá sea ése el motivo por el cual no se escuchó ninguna voz que pusiera un freno. O quizá nadie prestaba atención. ¿Fueron situaciones distintas? Puede ser, pero se explica.
Fue en esta misma semana, también, en la que el vocero presidencial visitó el Canal de la Ciudad en su calidad de candidato a legislador porteño. Allí, sin ningún dejo de empatía por todo el personal técnico que hacía su trabajo acorde a la ley de debate vigente, dijo que había que cerrar el canal por ser un gasto innecesario. Ojo con ese argumento que quizá consiga muchas más voces de las que cree para avanzar en ese sentido, aunque deba modificar el Estatuto porteño para conseguirlo. En cuanto le diga a la oposición que fue en el Canal de la Ciudad donde Javier Milei destrozó la maqueta del Banco Central, o que fue en ese lugar donde dio inició al Consultorio de Javier Milei que, más tarde y de la mano de Nito Artaza, lo llevó a recorrer los teatros del país, quizá consiga todo el apoyo necesario.
Igual, más allá de gastos innecesarios a discutir, vuelvo al tema de los periodistas que quieren periodistear. No quiero sonar redundante porque bastante he hablado de mi gremio en esta nota que tantos amigos me cosechó, y en esta otra por la que me putearon todos los que se habían ahorrado el trabajo en la nota anterior. Sin embargo, no hay que dejar pasar un pequeño detalle, al menos por la concordancia en la narrativa: o está todo el mundo en tu contra o sos Gardel. Las dos cosas no son posibles en un mismo universo. Y también agregar que, si no nos quiere nadie, si ya no hay quién crea en la palabra de los periodistas, ¿para qué tanta alharaca?
¿Querés eliminar las operaciones de prensa? El manual es básico: primero hay que hablar con los propios funcionarios, que nada se filtra por telepatía; segundo, volver a habilitar el acceso a la información pública sin peros. El tercer punto es a discutir porque genera mucha ansiedad, pero es una buena forma de acabar con los chismes: conferencias de prensa.
Tanto referenciarse en el menemismo y se olvidan de lo más básico: la relación predilecta con un puñado de comunicadores amigos era compensada con conferencias de prensa dadas por el mismísimo presidente de la Nación y cualquiera de sus ministros, con la excepción de Carlos Corach, que atendía a la prensa todos los santos días en la puerta de su casa. De ahí a que dijeran la verdad, es otra cosa. Pero, convengamos, es mucho más fácil gritar “yo no dije eso” cuando se habla públicamente y se permiten las repreguntas. O, como decía Carlos Saúl “no ponga en mi boca palabras que yo no he dicho”. Y no hay que tener pánico escénico: a la primera conferencia puede que vayan todos preparados. Para la tercera o cuarta, ya no queda nadie con las defensas altas como para registrar que se dijo cualquier huevada.
Igual estas son opiniones de alguien que no quiere subirse al ring del periodismo político ni aunque pudiera. Apenas doy abasto con mi humanidad como para entrar en ese juego y no tengo el temple de mis colegas. No me sale. Hace unos meses que peleo legislativamente contra el vedetismo por una ley que deseo que se modifique y no me banco el ninguneo, imagínense si tuviera que discutir quién dijo qué sobre quién, cuándo y dónde.
Para lo demás, y para el correcto análisis de quien lee todos estos intercambios por parte de personas que parecieran no registrar que hay otros ciudadanos con problemas más graves, paso a dejar algunos tips que servirán. Primero y antes que nada, FOPEA quiere decir Foro de Periodismo Argentino. No es un gremio, no es la entidad que nuclea a todos los periodistas. Es eso, un Foro del que los periodistas forman parte si es que así lo desean. Luego agreguemos que la mayor parte de las personas que componen las redacciones de medios gráficos de papel o digitales, más el personal de producción de radio y televisión, son semi esclavos contratados por locación de servicios, en el mejor de los casos, o pasantes informales y mal pagos.
Los medios están en crisis económica cuasi permanente desde hace tiempo y, cada vez que parece que le encontraron la vuelta a una tecnología, aparece una nueva que patea el tablero.
Pero si todos los que putean a periodistas en particular y medios en general fueran, a su vez, consumidores de las noticias sobre las que hablan, esos medios no estarían en crisis. Como frutilla del postre y porque lo vi pasar como nuevo argumento de la supuesta bronca de los periodistas: los medios audiovisuales nunca estuvieron exentos del pago del IVA, sólo los gráficos, que hoy no gravitan económicamente.
En el medio me da pena todo lo que nos perdemos por culpa de esta pelea idiota y totalmente desproporcionada. Y no jodamos con el poder de fuego del periodismo que ni Woodward ni Bernstein voltearon a Nixon. Fue la política la que le soltó la mano, al igual que a De La Rúa en la Argentina. ¿Hubo complicidad de periodistas? Busquen entre sus amigos, pero reitero que ningún gobierno es tan débil para caer por el peso del periodismo.
Si hay algo que nos dejó de enseñanza el kirchnerismo es que no hay batalla cultural que se pueda ganar a través de discursos generalizados. Al igual que desde la política, no hay nada que pueda imponerse desde los medios que trastoque cómo razona el receptor del mensaje. Los medios a duras penas pueden decidir de qué hablar y sobre qué callar. Pero nunca, bajo ningún punto de vista respetuoso de la superioridad evolutiva del Homo Sapiens, alguien puede sostener que es posible imponer cómo pensar. Está probado empíricamente desde la antropología y desde la neurociencia: puedo decirte en qué pensar, no cómo digerirlo. ¿Para qué insistir?
Y, repito: ¿qué tan superior a la media debe sentirse alguien para dar por sentado que él es de los pocos que pueden notar que la gente actúa guiada por un lavado de cabeza? ¿Es o no es poderoso? ¿Le importa a la gente o nadie consume medios? ¿En qué quedamos?
Mientras todo esto ocurre, nos perdemos temazos de verdad. Todo es tan chato que se nos escapa la posibilidad de pensar un país grande de verdad a futuro, y no uno que solo tiene una economía estable. ¿Qué pensamos hacer con la educación? ¿Hacia dónde irá el sistema carcelario vetusto, sobresaturado y desfinanciado? ¿Hasta cuándo seguirá el negocio de los sellos de goma partidarios y las candidaturas que no aspiran a nada? ¿Vamos a discutir las baldosas porteñas a cuadrillé o que se vienen de nuevo las reelecciones indefinidas en la Provincia de Buenos Aires? ¿Quién es el nuevo Secretario de Transporte y quién se lo propuso al Presidente?
¿Cuántos feriados puente o «días no laborables» son necesarios para que Daniel Scioli esté contento? ¿Cuándo podremos debatir las cosas que surgieron del sentir popular en las redes sociales a la que tanto le agradecen, como qué hacer con la formoseña constitución declarada inconstitucional por la Corte Suprema? ¿Y con la Ley de (no) Salud Mental? ¿Y con el sistema de infraestructura productiva que nos heredó la generación de Julio Argentino Roca, con trenes, puertos y rutas acordes a la pujanza económica pretendida? Mirá todo lo que hay para charlar mientras debatimos cuál es el mejor epíteto para descalificar a un periodista. Con lo barato que nos descalificamos entre nosotros.
No somos tan importantes. Y si me quito de la ecuación, tampoco. Y si lo achico a los que más poder de fuego tienen, menos aún. No existe discusión pública que pueda ser manejada y controlada por el periodismo. Porque nunca existió una ni la habrá. Nadie es tan iluminado para ser el único cuya mente no es controlada por los medios y la de todos los demás sí. Nadie es tan importante ni nadie es tan idiota.
Ahora, si lo que se busca es el enemigo perfecto, estamos en problemas. El periodismo tiene una imagen negativa similar al Poder Judicial y ya sabemos lo que pasa cada vez que se carga contra la Justicia: nada.
Igual, demasiado texto para una idea que me queda en el aire: es el nuevo enemigo para llamar la atención.
Sean felices. Está claro que no a todos les sale.
P.D: Hoy es el Día Internacional de la Libertad de Expresión. Nada, dato al pasar.
Compartilo. Si te gustó, claro. Este sitio se sostiene sin anunciantes ni pautas. El texto fue por mi parte. Pero, si tenés ganas, podés colaborar:
Y si estás fuera de la Argentina y querés invitar de todos modos:
¿Qué son los cafecitos? Aquí lo explico.
Y si no te sentís cómodo con los cafés y, así y todo, querés, va la cuenta del Francés:
Caja de Ahorro: 44-317854/6
CBU: 0170044240000031785466
Alias: NICO.MAXI.LUCCA
Si querés que te avise cuando hay un texto nuevo, dejá tu correo.
(Sí, se leen y se contestan since 2008)